"Señora de Belén, Señora de la Noche más buena y esperada,
Señora del Silencio y de la Luz, Señora de la Paz, la Alegría y la Esperanza.
Señora de la sencillez de los pastores y de la claridad de los ángeles que cantan:
‘Gloria a Dios en el cielo. Paz en la tierra a los hombres que Dios ama’.
Señora de los pobres y de los niños. Señora de los que no tienen nada,
de los que sufren soledad porque no encuentran comprensión en ningún alma.
Gracias por habernos dado al Señor en esta Noche. Por habernos entregado el Pan que nos faltaba.
Gracias por habernos hecho ricos con tu pobreza y tu fidelidad de esclava.
Gracias por tu Silencio que recibe y rumia y engendra en nosotros la Palabra.
Nos sentimos felices esta Noche. Y con ganas de contagiar esta dicha a muchas almas.
De gritar a los hombres que se odian: que Dios es Padre y los ama.
De gritar a los que tienen miedo: ‘No temáis’.
Y a los que tienen el corazón cansado: “Adelante. Que Dios os acompaña”.
Señora de Belén. Señora de la noche y de la mañana.
Señora de los campos que despiertan porque Jesús ha nacido en la comarca.
Señora de los que peregrinan, como tú, sin hallar tampoco una posada. Enséñanos a ser pobres y pequeños.
A no tener ambición por nada. A desprendernos y entregarnos. A ser los mensajeros de la paz y la esperanza.
Que esta Noche la luz que tu nos diste sea el comienzo de una claridad que no se acaba.
Que el amor sustituya a la violencia. Que haya justicia entre los hombres y los pueblos.
Que en la Verdad, la Justicia y el Amor se haga la verdadera Paz cristiana.
Que esta Noche Jesús nazca entre nosotros y que al volver después a nuestra casa
podamos decir a los hombres que viven inseguros y sin esperanzas:
“No temáis. Os traemos la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo:
Hoy, en la Ciudad de David, os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor”.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor –según es norma en Israel– para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. Auguren la paz a Jerusalén: «¡Vivan seguros los que te aman! ¡Haya paz en tus muros y seguridad en tus palacios!». Por amor a mis hermanos y amigos, diré: «La paz esté contigo». Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad. (Salmo 122)
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