Jesucristo, Dios Santo, yo te pido por todos los adolescentes y su emancipación de sus padres, y por todos los problemas de emancipación del adolescente, tales como vicios, adicciones, terrores, vacíos, soledades, enfermedades psico-físicas y mala espiritualidad como prácticas necromantes, magia negra, cultos malignos, y hechizos diabólicos.
Jesucristo, Dios Santo, quema todos estos males y los malos espíritus, en tu fuego del infierno.
Así sea.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor –según es norma en Israel– para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. Auguren la paz a Jerusalén: «¡Vivan seguros los que te aman! ¡Haya paz en tus muros y seguridad en tus palacios!». Por amor a mis hermanos y amigos, diré: «La paz esté contigo». Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad. (Salmo 122)
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